sábado, 9 de noviembre de 2019

RELATO: Diosa y Sumiso

     Era una fría tarde de lluvia. Por la ventana se veían las gotas caer, y muy de vez en cuando un lejano rayo alumbraba todo el cielo. La Diosa esta en el sofá, leyendo una revista, con un vaso de té en las manos, al cual le daba pequeños sorbos.


     Ella, superior, iba vestida con un albornoz, repleto de pelitos muy abrigantes para combatir el frío. Pero si seguimos hacia abajo, descubrimos que sentado en el suelo, justo a sus pies, se encuentra su buen sumiso.
Este buen sumiso se encuentra masajeando los pies de su dueña, se le ve feliz, a pesar de la poca ropa y el frío suelo en el que está sentado obedeciendo a su Diosa.

     Mientras el atento sumiso cuida de cada detalle para que a su Diosa no le falte de nada, masajeando mientras tanto de forma suave la planta de sus pies, suena el teléfono móvil. El de su Diosa, obvio, porque a él no le hacia falta más comunicación que con su Dueña.

      El sumiso se levanta, no sin antes posar suavemente los pies de su Diosa sobre un suave cojín, recoge el móvil y se lo entrega a su Diosa, con la cabeza agachada e inclinado ante el ser superior al que sirve. La Diosa hace un gesto para que el sumiso le retire el vaso de té, así que este se lo lleva a la cocina a lavarlo. Cuando vuelve, la Diosa está sentada, ahora en el sillón, con los pies sobre la alfombra.

- Mi buen sumiso, trae las pinturas para las uñas.

    El sumiso asiente con la cabeza y obedece su orden, llega frente a la Diosa y se arrodilla. La Diosa indica con su dedo índice sus propios pies, dando a entender que quiere las uñas de sus pies pintadas. El sumiso saca los colores de la caja y espera a que su Reina se decida por un color. Este elige un rosa muy clarito, casi transparente, así que el sumiso se dispone a empezar con su tarea, pero con una señal de la Diosa se para.

- No así, sumiso. Tenemos tiempo, quiero que lo hagas con la boca. (Dice con un tono de voz muy superior) Y ni se te ocurra marearte con el olor de la pintura, o te la comerás toda.

     El sumiso no dice nada, agacha la cabeza y coge la pintura entre sus dientes, se arrodilla, y cada vez más se aproxima a cumplir su misión.






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Autoría, mi fiel amigo, sumiso_malaga

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